OIGO VOCES
A Guapalupe “Santa Pe”
Hablando y andando yo sola
Por las calles de Carabanchel Bajo, en Madrid
Temo a esos verdugos que llevan a uno a ahorcar
Y a ese cura pedófilo que arrastra a una niña
Engañada con caramelos envenenados
Enrollados con papelitos de colores
“Made in Roma”
Y a esos guardias que se llevan presas
A esas chicas que han gritado Justicia y Libertad
En una manifestación no permitida
Y a esos desalmados que atracan a deficientes
Sobre todo mujeres
Cuando están sacando dinero en los cajeros.
Oigo voces
Y una larga plática que me da a entender
Que todos deseamos vernos libres de sujeción
Y que los daños vayan a otros.
Pero yo no soy libre; nadie es libre:
La Religión me ata; nos ata
Y dice que mi órgano sexual es como una alhacena
En que hay queso
Pues mis Ángeles de la Guarda
Me dicen al oído:
-Tu Sexo es oscuro y huele a queso.
La Política me ordena; nos ordena y dice:
-Dale aire a tu Sexo, que está cocido
Esto es, aviva su lumbre y avcnta
Para que cueza el puchero del Amor.
Oigo voces:
Yo no sé si es Satán o ese mozo
Que vuelve de la villa
Deseoso de violar o hacer sexo consagrado
Montado en su borrico
Quien, con afición, me dice:
-Hierve olla, y cuece cebolla
Te contaré de la noche de mi boda.
Si tú te apeases de tu mente de locura
Y te atrevieses…
Yo entiendo lo que dice que me haría
Y le replico con maña:
-Yo estoy muy embarazada, majete
Con lo que llevo en mi cabeza.
Dios y la Virgen María son mis guías
Y no una polla, una olla o una cebolla.
Oigo voces; doy gritos
Pero nadie se vuelve hacía mí
Porque no me oyen
Y tengo bien atada mi gritadera
Con sogas de fuerza
Hasta que vuelvo a casa
Y disimulo el miedo
Cuando mis padres me quieren a besos
Y me piden que les cuente
Qué tal mi tarde de paseo
Y las vecinas reparan en oírme hablar.
Yo tengo vergüenza
Pero levanto la voz y digo a las vecinas:
-Mirad que listo el mozo
Que dijo ser de Villaviciosa de Odón
Y, enseñándome el miembro, me dijo:
-Mira, en este mes de enero
Qué polla tengo para tu pollero.
-Qué maldito y criminal el muy cabrón
Exclamaron las vecinas.
Daniel de Culla